miércoles, 19 de diciembre de 2007

Dolor

Dolor. El dolor no significaba nada. Tan sólo era un cosquilleo impertinente que recorría tu pierna. Sí, aquella piedra había roto el pantalón, la piel y parte del músculo (el intenso frío y la falta de oxígeno ayudaban a coagular la sangre, y que ésta no saliera a borbotones), pero hacía tiempo que aprendiste que el dolor físico no significa nada al lado de ver cómo la persona a la que has amado, a la que has consagrado tu vida, te desprecia como a un clinex lleno de mocos: “ya te he usado, no puedes ofrecerme nada más, me busco a otro a quien destrozar”…


¿Realmente te entregaste al 100%? ¿Realmente ella fue la razón última de tu triste existencia? ¿Te parece que fue aquel ser a quien se alaba y venera día y noche? Claro que no; en tu vida había más cosas, tenías inquietudes, ambiciones en las que ella no tenía por qué estar incluida. Tenías una vida por delante que querías vivir para ti: trabajar en lo que siempre has soñado, escalar montañas, leer, viajar, amar a quien siempre has amado… ¡qué egoísta eres! ¿y pretendes que tu amor sea correspondido? Para eso tendrías que ser suficientemente rico como para no perder el tiempo trabajando, cambiar los viajes y las montañas por bares, pubs y discotecas y dedicar todo tu tiempo a ella, vivir sólo para ella, colmarla de atenciones pero sin agobiarla; preocuparte en cada instante por su estado anímico pero que no se sienta acosada; entrenar con el único objetivo de tener un cuerpo perfecto para su uso y disfrute…
No fuiste capaz de ofrecérselo, no quisiste dedicar tu existencia a la vida de otra persona. Te llamaron cobarde. Te llamaron egoísta. Rompiste con tu pasado y regresaste a las Montañas. Quisiste sentir de nuevo la vibración de tus piolets, quisiste escuchar de nuevo a tus crampones masticando hielo, quisiste abandonar tus sentidos a la sinfonía del mundo vertical, donde las leyes de los hombres no significan nada, donde tú eres el dueño de tu destino. Escapaste de un mundo gris y superficial lleno de gente sin identidad, elevaste tu espíritu por encima de la niebla y viste la luz del sol, el azul del cielo y el blanco de la nieve más pura y limpia que pueda concebirse. Te dejaste mecer por el viento y te embriagaste de la atmósfera enrarecida de las altitudes extremas. Dormiste bajo un millón de estrellas y desayunaste café con olor a gasolina quemada. Todo era demasiado bonito, y eso te asustó. Demasiado tarde; el fuerte viento no te dejó oír el gemido que lanzaba aquella piedra, con tu nombre grabado en su duro corazón de granito…
Tu final fue desagradable. No pudiste descargar el peso de tu cuerpo sobre la pierna derecha, recién herida, y el hielo empezó a ceder bajo tu otro pie. Agarraste con fuerza tus piolets, el miedo te empañó las gafas y tu pierna buena falló. Cuando quisiste volver a clavar el crampón era demasiado tarde, el impacto había arrancado uno de los piolets, desequilibrando tu cuerpo. La inercia hizo el resto, despegándote de la pared. No volviste a entrar en contacto con ella; caíste libremente hasta la base, mientras el estupor inicial acababa transformándose en orgullo. Tú escapaste hacia la Montaña, tú la escalaste, tú asumiste la responsabilidad, y tú ibas a pagar la osadía de definir tu superioridad sobre los otros hombres.

2 comentarios:

  1. Como no quiero que nadie me acuse de plagio, diré que este texto está muy inspirado en un relato de Mark Twight, "El Matadero", que aparece en su libro "Besa o Mata". Bueno, y en experiencoas personales, claro.

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  2. Bueno, pues no se como será el original, pero este está muy, pero que muy logrado. Me ha gustado mucho.
    Pepe

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