El avión trasladó a M desde un mundo de amabilidad y sonrisas puras hasta el oscuro agujero de miradas asesinas, avaricia y vacío existencial conocido como "occidente".
Fuera del aeropuerto llovía, y las sucias calles mojadas reflejaban las inútiles luces de neón. M arrastró su vieja mochila hasta uno de los taxis, cruzó unas palabras con el conductor y se puso en marcha. En la radio ponían fútbol, pero las supuestas habilidades deportivas de aquellos millonarios resbalaban sobre las cicatrices de M. Las arterias de la gran ciudad engullían millones de coches en una orgía de voracidad sin límites. El taxi de M se dirigió a uno de los anodinos e impersonales apartamentos del centro.
La puerta rechinó, y pese a la humedad, M reconoció los olores familiares de su casa. Llevó la mochila hasta su habitación y tiró la chaqueta sobre la cama. Fue hasta el salón y encendió la minicadena; sonaron The Doors. En la cocina, abrió la nevera en busca de algo que no estuviese caducado. Aquellas salchichas atiborradas de conservantes podrían soportar un holocausto nuclear, y ese puré de patata en polvo serviría de acompañamiento.
Bajo la música y el ruido de la cocina, la ciudad bullía, ajena a cómo un alma se hacía pedazos en la más absoluta soledad e indiferencia. M había sido protagonista de una de las historias de supervivencia más extremas, había escapado de una muerte segura en infinitas ocasiones, había caminado por el filo de la navaja con una determinación y una sangre fría impensables para la mayoría de los mortales... durante los años dorados de la exploración, se recibía con honores de estado a los intrépidos aventureros que regresaban de las garras de la muerte... ella no aspiraba a tanto, se conformaba con haber sobrevivido y tener un techo, algo de comida caliente y una cama en la que tirar sus huesos heridos. No había gloria en haber escalado una montaña y salir con vida. Sabía que había fracasado desde el primer momento, desde que aquella maldita montaña se cruzó en sus sueño; estaba viva sólo por una serie de afortunadas coincidencias, a diferencia de su compañero, que...
Apenas había pensado en ello. Sí, lo tenía presente como una circunstancia más de la escalada, pero ahora que las cosas empezaban a asentarse el recuerdo empezó a hacerse más vivo... su mente sabía que pensar en ello en ese momento sería muy doloroso, y logró volver a dejarlo apartado en un rincón. No era la primera vez ni la segunda, ni sería la última... mejor en otro momento, por experiencia.
Después de cenar caminó por el salón, acariciando los lomos de los libros que tantas veces había leído y que tantos sueños habían forjado. Ahí estaban también fotos de cumbres siempre anheladas y recuerdos de rincones perdidos del mundo. Hizo sitio entre la matera que robó en la expedición a la cara sur del Aconcagua y la máscara africana que le regaló uno de los porteadores cuando abrió una nueva vía en el Monte Kenya. Metió la mano en su bolsillo y colocó la piedra con los ojos de Buda. Otro recuerdo, otra aventura, otra montaña...
Abrió el mueble bar. Ahí estaba su Chivas de 30 años. Puso hielos en un vaso ancho, lo llenó generosamente y disfrutó de su sabor tumbada en el sofá, brindando por su compañero, por el pobre diablo congelado que se encontró a mitad de bajada y por los chicos que la sacaron en helicóptero.
Quitó a Jim Morison, perdido en sus delirios psicodélicos y puso algo más acorde con su estado de ánimo en aquel momento.
Fuera, en la calle, las luces y las prisas de la gente se diluían bajo la fría lluvia, ocupadas en sus pequeñas cosas.
Fin.
ResponderEliminarEntre andenes, puertos y aeropuertos para regresar al punto de partida la soledad. Me ha gustado leerte. Saludos.