domingo, 29 de enero de 2012

M (IV)

En una de las rocas que asomaban había un anclaje fijo y el comienzo de su línea de salvación firmemente anclado. Pasó su descensor, no sin esfuerzo debido a la dificultad de manejar una cuerda congelada con guantes gruesos, y se colgó con una fe ciega en que el seguro no tendría la mala idea de saltar.

La monotonía de los cientos de metros de cuerda fija se rompía cuando llegaba a un seguro. Vacía como estaba, cambiar el freno al otro lado del anclaje era un suplicio, pero no había más remedio que seguir. La tentación de sentarse a descansar era muy fuerte, y aunque sabía que si lo hacía jamás volvería a levantarse, la idea desistía de irse de su mente.

Pasó las ubicaciones en las que deberían estar los campamentos de las expediciones comerciales, pero ya no quedaba nada. Albergaba la esperanza de que alguna expedición hubiese tenido que irse rápido, dejando tiendas, sacos y comida abandonada… pero la suerte no estaba con M. La montaña estaba limpia, y por primera vez le fastidió.

Joder, ahora no me habría importado encontrarme con mierdas ahí tiradas…

Poco a poco la atmósfera se hacía más densa y el oxígeno otrora demasiado escaso, volvía a circular por las arterias. M vio renovadas sus fuerzas y sintió cómo sus pensamientos se hacían más claros. Fue consciente de lo que le quedaba por delante y de las pocas probabilidades de llegar hasta el campamento base. En caso de llegar, posiblemente no quedase nadie que pudiese ayudarla, todo el mundo se habría ido ya de la montaña…

Las nubes que la habían envuelto en los tramos más altos de la montaña habían quedado muy arriba, y ahora podía observar toda la falda de la montaña, con la cuerda fija perdiéndose como un interminable hilo de araña. En un punto de la cuerda observó un punto naranja chillón, posiblemente una tienda abandonada, desde tanta distancia era imposible distinguirlo. Si había comida o agua sería su salvación, era imposible descender desde la cumbre hasta el campo base del tirón y en las condiciones tan lamentables en las que se encontraba. Aceleró el ritmo de bajada esperando encontrar un oasis en mitad de aquel desierto helado.

Cuando se encontró a pocos metros del punto naranja se dio cuenta de que aquello era demasiado pequeño como para ser una tienda, más bien tenía el tamaño de…

Mierda. Joder, qué mal rollo.

M había escalado ochomiles plagados de cadáveres congelados y jamás se acostumbraría a su visión… sabía que el próximo fiambre podría ser ella.

Hizo de tripas corazón y abrió la mochila de aquel desdichado. No pudo creérselo: barritas, gel de carbohidratos, una frontal cargada (esas baterías de hidrógeno eran maravillosas) y un hornillo con combustible. Le había tocado la lotería, sin duda. Lo metió en su mochila y se preparó para bajar un tramo más y reponer fuerzas en un sitio más tranquilo. Se detuvo un momento y volvió a buscar en la mochila. Abrió la seta y cogió la documentación del montañero congelado; si lograse salir con vida de aquel fregado sería gracias a aquel pobre infeliz, y le gustaría comunicárselo a su familia. Echó un último vistazo y encontró una caja de Edelanoxil 50 mg. Anfetas. No sería la primera vez que invitaba a esta droga a correr por su torrente sanguíneo, conocía bien sus efectos, también sus peores consecuencias. Guardó la caja en un bolsillo de su chaqueta, se despidió de su frío amigo y continuó bajando.

Adiós. Descansa en paz y gracias por salvarme el pellejo.

Tras el siguiente seguro de la cuerda fija había unas rocas en las que M pudo acomodarse. Sacó el hornillo y empezó a derretir nieve. Al beber notó cómo cada molécula de agua recorría sus músculos, secos y agarrotados. Bebió un litro de agua, rellenó su botella y comió un par de barritas, luchando por contener las arcadas que le provocaban el volver a ingerir alimento. Ya más calmada analizó la situación. 2000 metros de desnivel hasta llegar al campo base, además de atravesar el glaciar, ya sin escaleras ni cuerdas fijas. Mucha tela que cortar… demasiada. M empezó a verlo todo muy oscuro. Aún quedaba un interminable descenso que a pesar de haber recuperado un poco de fuerzas, tendría que hacer al borde del agotamiento. Y de postre atravesar los seracs y rimayas de la base de la montaña. Lo único que le apetecía era descansar un rato más, cerrar los ojos un instante y…

M dio un respingo. Conocía ese círculo vicioso que empezaba a fraguarse en su cabeza: prolongaría el descanso un rato más, luego otros cinco minutos, cinco más y luego otro poco, hasta quedar tiesa. Sin pensarlo dos veces, abrió uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó la caja de Edelanoxil. Se tomó una sin pensar con un buen trago de agua, activó la alarma de su reloj para tomar otra dosis a las pocas horas, preparó la mochila y volvió a engancharse a la cuerda fija para seguir descendiendo.


Las anfetaminas hicieron efecto antes de lo que se imaginaba. La fuerza de los dioses volvió a recorrer sus músculos y la sensación de dolor y agotamiento se disipaba por momentos. Todo estaba más claro que nunca: las maniobras con la cuerda al pasar por los seguros, dar un mordisco a las barritas de vez en cuando y algún trago de agua. El laberinto de grietas y seracs que había más abajo carecía de importancia, ya habría tiempo para enfrentarse a él. Los metros de cuerda corrían rápidamente, el aire era más denso cada metro que bajaba y pronto estaría por debajo de la zona de la muerte. Disfrutó con el sonido de sus crampones haciendo crujir la nieve dura.

Sonó la alarma de su reloj, recordando que pronto pasarían los efectos de la anfetamina. Como aún se encontraba despejada y alerta aprovechó para bajar unos cuantos metros más, hasta un plateau donde se acababa la cuerda fija. Frente a ella, un caos de grietas, cornisas y seracs amenazantes. Derritió nieve (las anfetaminas le habían dado una sed terrible) y comió algo. Habían pasado muchas horas y el sol ya estaba bajo, incendiando el cielo de un rojo intenso. No se le pasó por la cabeza descansar durante la noche, no tenía dónde refugiarse; sortearía el laberinto de grietas con la única ayuda de la frontal.

Con la ayuda de la frontal… y de ciertas pastillas mágicas. Prefiero que me echen la bronca por mi poca ética antes que quedarme aquí, más tiesa que la mojama.

Cuando se encontró preparada de nuevo, encendió los motores y subió revoluciones. Se lanzó a por su último desafío sabiendo que las posibilidades de éxito eran escasas.

Míralo por el lado positivo, nadie me echará de menos.


Continuará...

miércoles, 11 de enero de 2012

In Thesisland...




Estoy descuidadndo bastante el blog; ya me gustaría escribir cosas, pero ahora mismo las obligaciones son otras...